Tribuna

Una educación integral

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El llamado de Francisco a suscribir y asumir el Pacto Educativo Global (PEG) es una oportunidad para dar un verdadero ‘giro copernicano’ en la educación, coherente con la Buena Nueva del Divino Maestro: Jesús. Hay que volver a poner en el centro del proceso educativo a la persona e identificar la función educadora de la familia, como propone el PEG. Es muy significativo que nuestros colegios, institutos y universidades, así como la educación popular sean bien gestionados y ofrezcan un servicio de calidad, particularmente a aquellos que provienen de familias con bajos recursos y viven en situaciones de vulnerabilidad.



Asimismo, la Iglesia latinoamericana y caribeña ha expresado su preocupación frente a los modelos educativos que ponen su foco solo en la eficiencia, esto es, “en la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado” (DAp 328).

Esto no deja de ser importante, pero debemos preguntarnos: ¿es esa la prioridad de la educación? ¿Acaso nuestra misión fundamental no es aportar, a través de la educación, a la construcción de una sociedad más humana, más justa, más solidaria, más fraterna, más de Dios? ¿Queremos solo individuos más eficientes o deseamos personas más felices?

Es evidente que ambos objetivos no tienen por qué ser contradictorios, pero cuando se produce un desbalance, se genera un daño muy grande en la sociedad. Se manifiesta así un reduccionismo antropológico, como lo dice Aparecida, porque no se pone suficiente atención en la educación integral de las personas, que implica una formación en valores, actitudes y prácticas solidarias.

Chicos y chicas bailan en un aula con un crucifijo en la pared

Ante esto, el PEG nos ofrece una hoja de ruta en torno a la formación de personas capaces de construir una sociedad donde todos y todas puedan hacer posible el ‘buen vivir’ de nuestros pueblos ancestrales, y donde la promoción de la mujer sea verdaderamente relevante. Ello requiere una economía que atienda las necesidades de la familia humana y no genere ‘descartados’, de modo que todos puedan ser tratados conforme a su dignidad de hijos e hijas de Dios. Una economía que cuide los bienes comunes como el agua, el aire y los suelos, para que no sean contaminados cada vez más por malas actividades extractivistas y no se ponga en riesgo la salud de las personas ni la de la madre/hermana Tierra.

Red de redes

El PEG reclama el respeto por nuestra casa común y el reconocimiento de los límites de los recursos con los que contamos, con un llamado apremiante a preservarlos para esta y las venideras generaciones. Esta tarea es compleja y de largo alcance. Por lo mismo, debemos trabajar unidos como escuela, familia, institutos educativos, universidades y educación popular. Todos, como Iglesia, estamos comprometidos con el PEG y, por eso, el Celam continuará dando pasos para que entre todos consolidemos una red de redes que lo haga viable.

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