Las cosas se hacen por convicción o por necesidad. Y no podremos negar que, en las últimas semanas, la necesidad de seguir en contacto con los alumnos en los colegios, o con los compañeros de trabajo, o entre los miembros de la familia, nos ha hecho afilar nuestro ‘colmillo digital’ hasta cotas insospechadas. Hemos visto cómo proliferaban abuelas hablando por Skype con los nietos; personas a las que Zoom les sonaba a marca de insecticida que, ahora, se conectan por videoconferencia con amigos de los que no tenían noticia desde hacía años; y hasta los profes más reacios a las plataformas digitales se están comenzando a plantear el uso de Classroom para no tener que volver a acarrear kilos y kilos de cuadernos para corregir. Está demostrado que la necesidad nos obliga a reinventarnos y alcanzar metas nunca antes soñadas.
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Y mirando al universo eclesial, no podemos menos que sorprendernos del derroche de creatividad y dinamismo que, en estos días se está moviendo por todos lados. Algunos ‘alumnos adelantados’ ya habían descubierto, tiempo atrás, la importancia de considerar el mundo digital como un campo de misión, y a ellos les tenemos que agradecer el haber sido los valientes de primera fila de batalla que han tenido que soportar el tipo encajando bastantes flechas desde muchos frentes. Pero es que lo visto en estos días podría ser considerado como una de las revoluciones digitales más sorprendentes de los últimos años.
El universo digital
Sacerdotes de todas las edades; religiosas y religiosos de vida contemplativa y activa; movimientos juveniles; fraternidades seglares y un largo etcétera de la más variada morfología eclesial se han sumergido en el universo digital con una ilusión y pasión pocas veces vista. Cierto es que cantidad no siempre va de la mano de calidad y hacen falta unos cuantos tutoriales para consolidar algunas nociones básicas sobre las emisiones por Facebook en las que no haya que partirse el cuello porque la cámara está girada; o sobre el uso de filtros de animalitos o fondos que a más de uno le ha jugado una mala pasada; o sobre la necesidad de cuidar el momento del inicio y del final de la transmisión en streaming para que no acompañemos la vida de nadie durante horas desde el móvil encendido en el bolsillo… aunque descuidos tenemos todos.
En su Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales de 2014, el Papa Francisco recordaba que «abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos». Es algo que, en la situación actual de confinamiento –y más aún con la Semana Santa de por medio– nos hemos tomado en serio. En ese mismo mensaje, pero dos años después, el Papa aludía al entorno digital como «una plaza, un lugar de encuentro, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa discusión o un linchamiento moral». Y muy acertada es la reflexión del Papa, pues el mundo digital, como ocurre en la vida donde nos tocamos, también tiene sus riesgos de los que hay que saber prevenirse.
Experiencias significativas
Experiencias significativas satisfactorias en estos días especiales de Semana Santa ha habido muchas: peregrinaciones virtuales de iglesia a iglesia; pascuas juveniles y exposiciones del Santísimo online; horas santas, rosarios, mil y una reflexiones y transmisiones de celebraciones litúrgicas, oraciones y otras muchas iniciativas que bien hablan de la creatividad de una Iglesia viva con deseos de seguir compartiendo vida.
Ahora bien, debemos tener claro que esta aproximación ‘forzosa’ que la Iglesia está pudiendo hacer al mundo digital no es, ni mucho menos, la solución a todos los problemas de diálogo con el mundo. Tampoco podemos olvidar que estamos viviendo una situación excepcional (esperemos que por un tiempo limitado) y que lo ‘online’ no puede sustituir el encuentro personal en los Sacramentos, en el compartir, en el convivir. Hablar de creatividad pastoral es hablar de mucho más, y no tiene nada que ver con anclar la custodia a un drone para que entre volando desde el fondo de la iglesia, o con idear un programa del estilo ‘Gran Hermano’ para seguir la vida de comunidades religiosas las 24 horas del día.
Una Iglesia creativa parte siempre de la contemplación, de la experiencia sacramental, del discernimiento y de la lectura de los signos de los tiempos desde la Palabra de Dios. Lo de estas últimas semanas ha sido, para muchos, como acelerar de cero a cien en un avión supersónico y, ciertamente, ha supuesto un comienzo, una puerta abierta. Y en este momento de incertidumbre en que no sabemos ni hasta cuándo durará ni qué podremos hacer en un futuro próximo y lejano, la creatividad seguirá siendo una buena aliada. Estaremos atentos a las novedades. Lo bueno es que la Iglesia, desde su origen, ha sido creativa, mucho más de lo que creemos. Y si Philip K. Dick ya habló de ovejas eléctricas en alguna de sus novelas, ¿por qué no ampliar el redil del Señor a las nuevas realidades de nuestro mundo?