Cuando era niña y crecía en un barrio predominantemente portugués y católico en el noreste de los Estados Unidos, María me fascinaba. Todas las estatuas que casi todas las familias tenían una, ya fuera pequeña en la repisa de la chimenea o más grande en el jardín delantero, la mostraban con lindos rasgos, elegantes túnicas azules y la corona más hermosa jamás usada. Mi película favorita era Nuestra Señora de Fátima de 1952. Nunca pude saber si prefería recibir una visión de la Santísima Virgen como Lucía, Jacinta y Francisco, o fugarme con el apuesto Gilbert Roland, quien interpretó a Hugo da Silva, el protagonista masculino.
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Además, de niña me identificaba con María. Mi madre me había dicho que María era judía, como yo. María iba a la sinagoga, igual que yo. María recitaba las antiguas oraciones como “Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo”, como yo. A veces pretendía ser María y me envolvía en una sábana azul, me ponía una funda de almohada azul en la cabeza, construía una corona con papel de aluminio y sonreía dulcemente a todos los que encontraba.
Y también había oído la historia de Navidad de cómo el ángel Gabriel se apareció a María, una virgen judía, diciéndole que daría a luz un hijo. Yo era la única niña judía y, por lo tanto, la única virgen judía en mi barrio, así que pensé que tal vez Gabriel se me aparecería. Esta idea por un lado despertaba mi curiosidad, pero por otro lado me asustaba.
Hoy, como mujer casada con dos hijos, ya no aspiro a ser una madre virgen. Pero como maestra del Nuevo Testamento, María continúa fascinándome e inspirándome. Me pregunto si sus padres la llamaron María, uno de los nombres más comunes para las mujeres judías en el primer siglo, en honor a Miriam, la hermana de Moisés, quien condujo a los israelitas a en el éxodo hacia el desierto. ¿O tal vez le dieron el nombre de Mariamne, la princesa asmonea casada con Herodes el Grande, un símbolo de la independencia judía del dominio romano? ¿Qué pensaba María de la política, del tetrarca Arquelao, que gobernó Galilea, o de los gobernadores romanos que reemplazaron a los líderes judíos en el año sexto?
La influencia de María en su hijo
Así como mi madre me contaba historias y yo se las conté a mis hijos, creo que María también contaba historias a Jesús. Según el libro de Tobías, la abuela de Tobías, Débora, le enseñó la Torá, así como otras mujeres judías educaban a sus propios hijos. Sin duda María enseñó a Jesús las instrucciones de la Torá sobre amar a Dios y amar al prójimo, prescripciones que desembocaron en el gran mandamiento de Mateo 22, 36-40 y Marcos 12, 28-34.
Quizás ella le contó cómo Moisés condujo a su pueblo de la esclavitud a la libertad, cómo el rey David llevó el arca a Jerusalén o cómo Judas Macabeo derrotó a las fuerzas sirias que profanaron el Templo de Jerusalén. Probablemente le contó cómo los profetas Elías y Eliseo curaron cuerpos y proporcionaron comida a personas hambrientas; quizás le habló de Caín y Abel, Ismael e Isaac, Jacob y Esaú, cuyas historias forman la base de la parábola del hijo pródigo. O tal vez le habló del siervo de Isaías, que sufrió por su pueblo.
La influencia de María en su hijo, si bien solo puede imaginarse, no debe subestimarse.
*Artículo original publicado en el número de diciembre de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva