El follaje plateado de los olivos se mueve suavemente con el viento de las colinas a las afueras de Roma. Una carretera rural sube desde la Via Salaria, la antigua vía consular romana. Los carteles indican la cercana abadía de Farfa, que fue un bastión religioso en la Edad Media. Y aquí hay una puerta moderna, con una gran estatua de San José a la izquierda y de San Miguel Arcángel a la derecha. Es el signo de bienvenida de la Comunidad Mariana-Oasis de Paz.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Descargar suplemento Donne Chiesa Mondo completo (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
A ella pertenecen hombres y mujeres de distintos estados de vida. Según el Código de Derecho Canónico, la Comunidad es una asociación pública de fieles de derecho diocesano, en vías de ser reconocida como Familia eclesial de vida consagrada. Los consagrados y consagradas aún pronuncian votos privados, y todos, hermanos y hermanas, tanto los consagrados de vida común como los laicos y cónyuges, comparten el mismo objetivo espiritual que resumen así: “Interceder por la paz y alcanzar la paz en todo lugar y situación, bajo la guía de María”.
Estamos en Passo Corese, un pueblo de poco más de 6.000 habitantes en el municipio de Fara en Sabina, provincia de Rieti. Nos da la bienvenida el padre Martino Lizzio, director general de las Comunidades-Oasis de Paz. “Bienvenido”, dice con una amplia sonrisa y un apretón de manos. Y nos deja en compañía de su vicaria, que actúa como nuestra guía. Sor Daniela Veltri estudiaba psicóloga y le llamó la atención una misión comunitaria en su municipio.
Señala con la mano los edificios de una sola planta, hechos de ladrillos rojos, formando un gran cuadrilátero. En el centro preside una gran estatua de la Virgen. “Empecemos desde aquí, porque aquí es donde empieza todo”, afirma. Quien planeó y construyó esta comunidad tenía muy presente el ejemplo del pasado. Todo es moderno: las casas, los paseos, la estatua. Pero tiene un aire antiguo. Por supuesto, estamos en el tercer milenio y aunque estamos en el claustro de un monasterio, hay paneles fotovoltaicos en los tejados.
Una comunidad mixta
Los hermanos y hermanas de la comunidad se mueven silenciosamente a nuestro alrededor. El hermano Mathias da Silva acaba de preparar el café. Una hermana anciana sale de la capilla donde concluyó su hora de adoración. Hombres y mujeres juntos, de muchos orígenes y lenguas. Y no solo hay personas consagradas. También hay un anciano no consagrado rezando en la capilla. Esto es lo que llama la atención al llegar: una comunidad mixta “basada en el diálogo, el respeto y la paz interior, sin negar el esfuerzo que esto supone”.
Desde sus orígenes, la comunidad ha estado formada por hombres y mujeres. Viven juntos su consagración. “Esto también es un testimonio de paz”, indica sor Daniela. La configuración jurídica de la comunidad prevé que tanto un hombre como una mujer puedan ejercer la autoridad. Y, de 2001 a 2013, después del padre fundador, la comunidad estuvo dirigida por una Responsable general, la madre M. Valentina Fregno. “Los demás servicios y ministerios para la vida y misión de la comunidad pueden ser conferidos indistintamente a un consagrado o a una consagrada”, explica.
Para entender cómo empezó todo debemos partir de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina, en la primera mitad de los años 1980. Leemos en una historia de la comunidad: “Muchos quedaron conmovidos por el encuentro con la Reina de la Paz. María, por así decirlo, ‘los encontró’ en una encrucijada de la vida y los llevó al autor de la paz, Jesús”. Entre otros estaba un sacerdote pasionista de Verona, Gianni Sgreva. Un hombre culto, experto en patrística, curioso sobre lo que sentía que estaba sucediendo en Medjugorje, pero no del todo convencido.
Sor Daniela recuerda que “el padre Sgreva quedó conmovido por la gracia de aquella tierra. Intentó dirigir a esos jóvenes en algunos monasterios, pero regresaron a él. Tuvo así la intuición de crear espacios de oración que pudieran facilitar el encuentro del hombre con Dios, ‘clínicas especializadas para enfermos del corazón’, como le gustaba llamarlos”.
Así nació el primer Oasis, el 18 de mayo de 1987 en Priabona, en la provincia de Vicenza. Tres años más tarde, la diócesis suburbicaria de Sabina-Poggio Mirteto concedió el primer reconocimiento eclesiástico. Y ahora estamos aquí, entre doce hectáreas de olivos, regalo de un benefactor a la comunidad. Hay casas bajas de ladrillo que rodean la estatua de la Virgen. Salas comunes, dependencias separadas para hermanos y hermanas, enfermería para los mayores, espacios para recibir invitados, biblioteca, cocina y refectorio.
El ambiente es mixto. Por ejemplo, en la comunidad de Passo Corese hay 22 personas consagradas, de las cuales 9 son hermanos y 13 hermanas. En el mundo existen otras seis comunidades marianas con 80 consagrados entre Italia, Bosnia-Herzegovina, Brasil y Camerún, con centros de espiritualidad que han demostrado ser “oasis de paz” para muchos, y la gestión de importantes santuarios marianos en Quixadà (Brasil), Mbalmayo (Camerún) y Deliceto (en el sur de Italia).
Oración y la contemplación
La vida está marcada por la oración y la contemplación. “Somos una comunidad fundamentalmente contemplativa, pero no desencarnada. Hay mucho trabajo para todos”, afirma sor Daniela. Y mucha oración. “Que para nosotros no es una espiritualidad vacía, sino un camino de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los demás”. Son tiempos difíciles para la paz. Sin embargo, nunca antes la exigencia, el anhelo de comenzar con la propia pequeña existencia, ha sido tan grande como ahora, “y así es como se puede lograr la paz entre los pueblos y las naciones”.
La Comunidad está generando un interés sorprendente en muchos. No en términos de vocaciones, ya que las cifras han disminuido en comparación con los comienzos abrumadores de hace treinta años, sino entre los no consagrados. Cada mes hay un encuentro dedicado a los recién casados y vienen de todas las edades. Y luego están los jóvenes.
Al Oasis pertenecen hombres y mujeres en distintos estados de vida: consagrados de vida común, incluidos algunos sacerdotes, consagrados seglares, cónyuges y jóvenes. El carisma de la paz es la meta espiritual de todos, incluso si los miembros de la Comunidad viven cada uno en su propio ambiente. Los consagrados viven en centros espirituales llamados “Oasis de Paz”. Los consagrados seglares y los cónyuges en el lugar de trabajo y en sus hogares.
Se reúnen una vez al mes con otros miembros de la familia de la Iglesia para la formación y oración. La comunidad ofrece un plato de pasta, el resto viene con los visitantes que comparten los platos. Sor María Gabriella Turrin escribió así en uno de los últimos números de la revista Comunidad para explicar la regla: “Así como en casa se aprende a acoger y a amar, así en la comunidad se aprende a vivir juntos acogiendo las diferencias de edad, carácter, personalidad y cultura y maduramos juntos”.
Experiencia de encuentro
Decidimos juntos. Por ejemplo, cada miércoles los consagrados y consagradas se reúnen para afrontar los problemas de la vida cotidiana y los desafíos del futuro. Se experimentan nuevas formas de vida en común. Una experiencia que desde 2019 forma parte del Foro de Nuevas Formas de Vida Consagrada, un grupo de reflexión creado para responder a las solicitudes del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, encaminado a profundizar desde el punto de vista teológico y jurídico la identidad de las distintas realidades eclesiales, los elementos de novedad y la aportación a la Iglesia y al mundo. Caminar por el gran claustro de la Comunidad nos ayuda a comprender mejor esta realidad. “Medjugorje –dice sor Daniela– es una experiencia, no un lugar, una experiencia de encuentro con el amor de Dios que tratamos de fomentar de diversas maneras”.
La comunidad organizó allí la Nochevieja de 2024 en forma de ejercicios espirituales itinerantes. Para el próximo año, la esperanza es realizar una peregrinación a Tierra Santa. El año pasado en Bolonia, la Comunidad organizó una misión popular que se volvió intercarismática. La misión implicó a distintas realidades eclesiales y parroquias del centro histórico. Participaron personas consagradas, cónyuges y jóvenes con momentos de oración y diálogo, visitas a hogares y lugares de trabajo y encuentros de jóvenes. “Muchas iniciativas para difundir la paz”, explica sor Daniela.
Un camino entre los árboles conduce a la gran capilla del Crucifijo, con una estatua de gran realismo. Sor Daniela concluye: “Quien viene a quedarse con nosotros –puede ser un fin de semana, un período más largo o está la fórmula ‘Tres meses para mí’– comparte la oración, la mesa y también el trabajo de la tierra. Esta tierra también nos muestra un camino hacia la paz. Como dice el Papa Francisco, somos huéspedes de la Creación, no los dueños”.
*Artículo original publicado en el número de febrero de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva