La agresión de Putin a Ucrania permanece –quince meses después de su inicio– sin indicios que permitan prever un cese de las hostilidades en curso. Tras un período de relativo enquistamiento de las posiciones territoriales de las respectivas fuerzas armadas, la opinión pública internacional está asistiendo al asedio medieval del enclave de Bajmut por parte del Grupo Wagner.
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Familiarizarse con este tipo de actores bélicos (grupos de mercenarios en empresas dedicadas a servir a los intereses de un Estado) ha permitido a la sociedad civil conocer la dimensión de los denominados conflictos bélicos ‘proxies’, en los que a los actores estatales tradicionales se suman otros no estatales que gozan de apoyo político, financiación y hasta potencial humano –reclusos– para que se unan a las fuerzas armadas rusas.
La diplomacia vaticana está acreditada históricamente por realizar innumerables procesos de buenos oficios o mediaciones en crisis internacionales con la consecución de notables éxitos. No en vano, es el principal antecedente de la diplomacia contemporánea como principal instrumento de ejecución de la política exterior de los Estados.
Los contactos de Juan Pablo II con Gorbachov, con el régimen de Jaruzelski en la Polonia sacudida por el empuje del sindicato Solidaridad y, más recientemente, durante la presidencia de Obama en Estados Unidos con Cuba, tuvieron un exitoso resultado. En este último ejemplo, el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos Estados después de más de seis décadas de interrupción.
¿Qué puede aportar Francisco en el actual conflicto en Ucrania? En primer lugar, un talante netamente negociador. La diplomacia tiene como principal objetivo la consecución de acuerdos a través de la negociación. Negociar es realizar transacciones: dar y recibir; no imponer. En segundo término, significa hablar con actores y regímenes que te suponen una reacción negativa, con los que no compartes ningún tipo de principios ni valores. Por ello, la negociación diplomática significa dejar al margen cualquier tipo de valoración o connotación previa respecto a los Estados partícipes en la misma.
Objetivos divergentes
La reunión mantenida en el Vaticano entre Francisco y Zelenski el pasado día 13 evidenció el objetivo divergente de cada uno de ellos. Más allá de la coincidencia en el refuerzo de la ayuda humanitaria a la población ucraniana, castigada por la duración e intensidad del conflicto, Francisco planteó la “necesidad urgente de gestos de paz”. Sin embargo, Zelenski reiteraba el principio de respeto a la integridad territorial de Ucrania como paso previo al inicio de unas negociaciones de paz con una posición de fortaleza por parte de Ucrania.
Un objetivo tan loable como improbable, ya que la concesión por parte del Kremlin de los territorios conquistados durante el conflicto más la península de Crimea, anexionada ilegalmente en el año 2014, supondría un fracaso histórico de la “operación militar especial” y la defenestración del propio Putin.
Ya en los inicios de la agresión rusa a Ucrania, Francisco se reunió con el embajador ruso en el Vaticano y con el representante de la Iglesia ortodoxa rusa. Contactos que, al parecer, permanecen dentro de la discreción y secretismo propios de la diplomacia “entre bambalinas”.
La sinrazón bélica
Desde entonces, solo cabe destacar dos contactos bilaterales entre las delegaciones rusa y ucraniana: uno auspiciado por Bielorrusia en el simbólico bosque de Belavezha (escenario del acuerdo de disolución de la Unión Soviética entre los presidentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, en diciembre de 1991), a las pocas semanas del inicio del ataque ruso; y otro en Estambul, propiciado por Erdogan. A partir de ahí, la sinrazón bélica.
Los puentes diplomáticos a través de las organizaciones internacionales de carácter universal o regional están completamente fracturados. Rusia mantiene bloqueado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con el inestimable apoyo de China. Sancionada repetidamente por la Unión Europea (diez paquetes aprobados hasta la fecha), ha sido expulsada del Consejo de Europa y está marginada en la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa –que sería el ámbito idóneo para la resolución diplomática del conflicto, pero que ha sido instrumentalizada por Rusia en este y otros conflictos (como con los Acuerdos de Minsk I y II)–.
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