Tribuna

Una nota sobre el Cantar de los Cantares

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La Iglesia católica ha sido señalada de perseguir hasta la aniquilación al deseo amoroso como si fuera un enemigo de la felicidad humana. Nos recordaba el papa Francisco en su exhortación ‘Amoris laetitia’ que Dios ama el gozo de sus hijos. Anteriormente, Benedicto XVI, en su carta encíclica ‘Deus caritas est’ cuando afirma que la Iglesia, fiel a las Escrituras, no rechaza al ‘eros’ como tal, “sino que declaró la guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros […] lo priva de su dignidad divina y los deshumaniza”.



La máxima del Sirácida: “No te prives del bien del día y no dejes pasar la parte de goce que te toca” (Eclo 14,14) confirma, de alguna manera, lo expuesto. Las Sagradas Escrituras, en más de una oportunidad, revelan al hombre el rasgo positivo del deseo, de hecho, muchas comparaciones evocan los deseos más ardientes.

Las luces del Cantar de los Cantares

 Uno de los textos sagrados que nos brindan luces sobre el deseo humano es el Cantar de los Cantares, texto paradigmático en la relación deseo – eros donde se marcan unas nuevas formas de acercarse a lo sagrado. Lo sagrado es un elemento que ha venido perdiéndose de vista entre la vulgaridad y la frivolidad con la que es percibido el amor y el deseo humano. Frente a esa frivolidad y superficialidad de las parejas que presenta el mundo como modelos dignos a imitar, el Cantar propone, por medio de expresiones como «huerto cerrado», «fuente sellada», la importancia del amor profundo y fiel de la pareja, cuyo culmen parece ser la frase: “Yo soy para mi amado y su deseo tiende hacia mí” (7,11).

“Yo soy para mi amado y su deseo tiende hacia mí” (7,11), línea que golpea muy fuerte algunos discursos sobre la sexualidad que han decidido descansar más en los brazos del hedonismo que en los del amor. Deseo y fidelidad quedan afirmados en los labios de la Amada y en el corazón del Amado. Deseo y fidelidad que, de alguna manera, nos muestra un poco de la relación entre Dios y su pueblo, al menos, así lo destaca la tradición rabínica del judaísmo. Por ello, Juan Pablo II veía en estas páginas un camino expedito para comprender mejor el signo sacramental del matrimonio.

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El eros como rostro del amor

En el Cantar de los Cantares el eros humano desvela el rostro del amor siempre en búsqueda y casi nunca saciado. El eco de esta inquietud impregna las estrofas del poema.: “Yo misma abro a mi amado; / abro, y mi amado se ha marchado ya. / Lo busco y no lo encuentro; / lo llamo y no responde” (Cant 5, 6). El Cantar de los Cantares nos impulsan a pensar que Dios ama el gozo de sus hijos, pero comprendiendo la dimensión erótica del amor a partir de una perfeccionamiento del deseo.

Yo soy para mi amado y su deseo tiende hacia mí, dice Ella, gocémonos y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, donde mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura. Allí me mostrarás aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día. Entremos más adentro, responde Él, más y más adentro, allí donde nos descubramos en la última desgarradura mientras te llevo de la mano hablándole a tu corazón. Allí nos secamos de nuestras palabras para sonar como suena el otro. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela