Todas las noches, antes de dormir, mi madre se acercaba a la cama y nos acompañaba a rezar. Todas las noches comenzaba con el Padrenuestro, el Ave María, el Ángel de la Guarda y el Gloria.
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Con la oración al Ángel de la Guarda siempre he tenido una relación inclinada más a lo emocional que a lo espiritual. Siento en lo profundo de mi corazón que nunca nos han enseñado a establecer una relación personal y cercana con esta figura del Ángel de la Guarda, de hecho, siempre la percibí con cierto recelo. Este recelo lo sanó mi contacto con la espiritualidad de San Pío de Pietrelcina, quien tuvo siempre una relación muy estrecha con el suyo, considerándolo su protector y mensajero de amor.
Leí en alguna parte una anécdota entre el Padre Pío y su Ángel de la Guarda que describe perfectamente el tipo de relación que llevaron. Cada vez que sentía al diablo acechando, el Padre concurría a él, pero en una ocasión, su ángel no acudió a la cita. Al volverse a ver, le preguntó por qué no lo había asistido, y este le respondió que Jesucristo permitió ese asalto de Satanás con la finalidad de hacerle vivir la experiencia del desierto, del jardín del Getsemaní, de la cruz, esa noche oscura del alma. La Iglesia Católica celebra desde el año de 1608 la fiesta de los Ángeles Custodios, más bien, reconoce con rigor universal una fiesta que ya venía celebrándose desde el año 800 en Inglaterra.
¿Quiénes son estos seres?
Cuando pienso en los ángeles lo primero que acude a mi cabeza es el Credo cuando me habla de un mundo invisible creado por Dios tan real como el mundo que puedo percibir con mis cinco sentidos humanos. El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a ellos como seres espirituales, no corporales, que forman parte de la verdad de fe. San Agustín destaca que la palabra ángel designa el oficio y no la naturaleza de estos seres: “ si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré es un ángel”. Los ángeles son servidores y mensajeros de Dios.
Seres espirituales que “tienen inteligencia y voluntad, afirma el Catecismo, son criaturas personales e inmortales”. A lo largo de toda la historia de la salvación, encontramos su presencia anunciando esa misma salvación. El Papa Francisco ha explicado, como lo señaló San Pío de Pietrelcina, que todos tenemos un ángel siempre al lado, que jamás nos deja solo, y nos ayuda a no errar el camino. Por ello, San Juan Pablo II, afirmó que “la iglesia honra con culto litúrgico a tres figuras de ángeles, que en la Sagrada Escritura se les llama con un nombre”. Estos son Miguel, Gabriel y Rafael.
Los ángeles en la vida de los santos
Santo Tomás de Aquino nos refiere a la universalidad de la asistencia de los ángeles. Ni los execrables son privados del auxilio interior. Hasta aquellos que se condenan han recibido algún bien de su ángel de la guarda, pues sin él los daños a sí mismo y al prójimo habrían sido peores. San Bernardo, por su parte, nos recomienda atenderlos con reverencia continua, ya que nos acompañan en todo momento; en especial, porque nos acompañan con devoción y amor, compatibles con el de Dios. Santo Tomás de Villanueva refiere a que el amor de los ángeles tienen tres fuentes: Dios, ellos mismos y a nosotros mismos. Nos cuidan como a piedras vivas de su ciudad perfecta.
Los ángeles a lo largo de la historia han acompañado a los carismáticos en sus raptos al más allá, como es el caso, por ejemplo, de Santa Francisco Romana. También atienden nuestras enfermedades como ocurrió con Santa Isabel. Nos llevan la comunión como a Ida de Lovaina. Recordemos, no solo lo que cuenta Tobías en su libro, sino la estigmatización de San Francisco de Asís producida por un ángel en forma del Crucificado. También recordemos a Santa Teresa que ha descrito cómo un ángel hirió su corazón traspasándola con un dardo ardiente. Los ángeles, de alguna manera, nos ayudan a tomar mejores decisiones, ayudándonos a discernir el camino correcto. Por ello, como aquellas noche de mi infancia, hoy pido a mi Ángel de la Guarda que “no me desampare ni de noche ni de hoy, que no me deje solo, pues me perdería”. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesorr y escritor. Maracaibo – Venezuela