A pesar de que ha pasado ya un año del comienzo de la pandemia en nuestro país, todavía no he digerido lo suficiente lo vivido. Si tuviera que describir con una palabra este tiempo sería como “prueba”. Una prueba de fe, pues en medio de la incertidumbre podía experimentar en qué porcentaje estaba la confianza en el Señor que nos cuida en cualquier circunstancia.
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Una prueba vocacional, que desde el Noviciado, habíamos escuchado cómo nuestras primeras hermanas habían vivido epidemias como la del cólera durante las cuales algunas murieron asistiendo a los contagiados… y ahora éramos nosotras las que veíamos cómo una enfermedad desconocida estaba haciendo caer a nuestros ancianos, hermanas y familiares.
Fraternidad y capacidad
Una prueba de fraternidad, pues, al tener que hacer aislamiento en algunas comunidades, otras hermanas fuimos a apoyar haciéndonos sentir que unidas es posible superar la adversidad, aún viviendo conflictos como humanamente es natural. Una imagen que llevo muy grabada es la de ir de puerta en puerta llevando la comunión a las hermanas confinadas en sus habitaciones, su mirada, sus lágrimas, sus sonrisas, su deseo; “Tráenosla cada día que necesitamos que el Señor se pasee por aquí…”.
Cómo te hace valorar y agradecer la Eucaristía que hasta entonces vivíamos diariamente y de la cual en aquellas semanas nos vimos privadas celebrando paraliturgias o viéndolas en la televisión como tantas personas. De hecho, en la celebración de la apertura del Año Jubilar por los 150 años de fundación de nuestro Instituto, en julio del año pasado, me sugirieron que invitase al grupo de la pastoral del sordo que suelo acompañar aquí en Bilbao y cuál fue mi sorpresa al verles emocionados porque desde el inicio de la pandemia no habían vuelto a asistir a ninguna Eucaristía.
Una prueba de capacidad. Nunca olvidaré cómo cuatro hermanas convivimos varios días sustituyendo a toda una comunidad aislada en una de nuestras residencias de ancianos. Realmente en esos días experimenté que “Dios no elige a los capaces sino que capacita a los que elige”.
Nunca se aprende tanto y tan rápido como cuando hay necesidad descubriendo capacidades como las de decidir, organizar, enseñar… las que, de algunas manera, por nuestra edad y circunstancias estamos bajo el abrigo y el apoyo de hermanas más experimentadas y no estábamos acostumbradas a ejercer esa responsabilidad, hasta que, como me decía una doctora que nos asistió durante los primeros meses de pandemia: “Eres nuestra enfermera a tiempo completo”. O cómo en pocos días con el esfuerzo de todas convertimos nuestra residencia en una verdadera yincana mudando a los ancianos y haciendo circuitos internos para separar negativos de positivos…
Ha pasado un año y arrastramos mucho cansancio, por qué no decirlo, pero el Señor nos da nuevas fuerzas ofreciéndonos la oportunidad de vivir nuestro lema de “Amor y Sacrificio” intentando consolar su Corazón en la soledad de nuestros hermanos en esta prueba de caridad que es nuestra vida entera.