EN PRIMERA PERSONA – PEDRO BRASSESCO. SECRETARIO DE LA COMISIÓN DE MISIONES DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA
¿Cómo ser profetas y testigos de la alegría del Evangelio en América? Esa es la gran pregunta que resonó durante el II Simposio Internacional de Misionología, que se realizó en Pando (Uruguay) del 29 de febrero al 2 de marzo, para preparar el Congreso Americano Misionero 2018.
Estos simposios son espacios con vistas a lograr insumos que permitan dar un marco de reflexión en base a la realidad misionera del continente. Entre ponencias magistrales, intercambios en grupos y ámbitos temáticos de deliberación, se va trazando un panorama de las características y desafíos de la misión en y desde el América. Este segundo simposio fue una continuidad del realizado en Puerto Rico, en septiembre pasado, y tuvo como eje temático, El Evangelio de la alegría impulsa a la misión.
La participación de, prácticamente, todos los países de América enriqueció el debate y mostró la diversidad de situaciones. La Misión Continental convocada por Aparecida ha dado sus frutos en mucho lugares, sin embargo todavía cuesta que el llamado por san Juan Pablo II como “Continente de la Esperanza” sea capaz de salir de sus fronteras para llevar el anuncio de la Buena Noticia hasta los confines del mundo.
Personalmente, tuve la oportunidad de animar y coordinar el foro Familia y Misión. Si bien en primera instancia surgió un panorama crítico producto de la influencia cultural del individualismo posmoderno y globalizado, pronto aparecieron también las luces que se van encendiendo en muchas partes. Las familias misioneras asumen plenamente el desafío de testimoniar el Evangelio dando la fe a los demás, primero entre sus integrantes y luego en su entorno. También, otras disciernen el llamado de ir más allá de las fronteras, a imagen de Aquila y Priscila, que fueron colaboradores de san Pablo de Tarso en la expansión del Evangelio. El desafío sigue siendo animar procesos de acompañamiento y formación constantes al servicio de la fidelidad y perseverancia para que sean también experiencia y anuncio de comunión.
Las conclusiones del simposio destacaron que el misionero, desde su conocimiento y experiencia personal con Jesús, debe compartir su alegría y ofrecer oportunidades para que los destinatarios puedan vivir un encuentro que lleve a la conversión. Pero es Dios el que precede y está presente en la vida del pueblo: en su cultura y valores humanos auténticos. Por eso, es necesaria una formación integral y mantener vivo el ardor misionero, renovando métodos y formas de expresión, abiertos a los nuevos lenguajes y en una actitud de salida al encuentro de las personas concretas, especialmente los más pobres y necesitados.
Hace más de 50 años, en el decreto Ad Gentes, el Concilio Vaticano II definió que “la Iglesia es misionera por su naturaleza”, numerosos documentos del Magisterio Universal han reforzado este carácter. Aparecida ha puesto a nuestras comunidades en un estado permanente de misión y el papa Francisco nos ha exhortado, en Evangelii gaudium, a una conversión pastoral que nos transforme en una Iglesia en salida, capaz de llevar el anuncio de la Buena Nueva a las periferias. Y es por este motivo que la Iglesia que peregrina en el continente americano siente la necesidad de seguir promoviendo esta conversión personal y comunitaria, capaz de abandonar estructuras caducas, con el fin de asumir más conscientemente su dimensión profética, no sólo en su propio territorio.