Tribuna

Víctor Codina: hermano, además de teólogo

Compartir

Del teólogo hablarán otros estos días. Yo he tenido la suerte de ser no solo colega en eso del “mester de teología”, sino hermano entre esos seguidores de Jesús que los compañeros de san Ignacio llamaron “Compañía”. Ahora me vienen a la mente más recuerdos de esa vida fraterna que de nuestros trabajos. Comenzaré pues por ahí.



Entré en el noviciado en los días en que Víctor lo dejaba, con sus primeros votos. Conmigo entró su hermano Gabriel, dos años más joven, que parecía encarnar la picardía y el buen humor al lado de la seriedad tranquila de su hermano. Víctor dejaba entre los novicios cierta aura de admiración y cariño: había sido lo que allí llamábamos “distributario” (responsable del noviciado).

Teólogo jesuita

Y contaban que, al salir del noviciado, el P. Maestro le dijo literalmente: “Hermano Codina, procure no ser de esos que solo sirven para superiores”. Esa visión de los superiores que tenía el Maestro me hizo más suaves las cosas en aquellos comienzos difíciles. Y Víctor “obedeció” tanto al Maestro que nunca fue superior, jurídicamente hablando. La superioridad le vino por otros derroteros.

Certamen literario navideño

Coincidimos en uno de los tres años de Humanidades que llamábamos “juniorado”. Allí, para las vacaciones navideñas (supongo que para tenernos ocupados durante aquellos días sin clase), se convocaba un certamen literario de ensayo, poesía y narración. Aquel primer año no saqué ni un accésit. Pero sí recuerdo el reparto de premios (creo que el día de Reyes): “Primer premio de ensayo: hermano Víctor Codina…; primer premio de narración: hermano Gabriel Codina”. Y una voz simpática detrás de mí (de otro buen junior, ahora con leucemia) susurraba: “Hay que acabar con esta familia”. Víctor leyó su ensayo de “la Navidad como una redención del placer estético”. Y al evocar esto me asombro una vez más de cómo, a mi edad, es más fácil recordar las cosas de hace 50 años que las de hace 50 minutos.

Imagine el lector el resto de nuestra formación: protestas y rebeldías ante aquella escolástica apergaminada; “nuestros jóvenes”, expresión de muchos jesuitas de entonces para designar lo que creían ser el gran problema de aquella Compañía de Jesús de los 60; nuestra lectura solapada de Congar o Rahner; fundación de la revista ‘Selecciones de Teología’ para mostrar a nuestros profesores que existía una teología distinta de la que enseñaban ellos…

El primer gol: Innsbruck

Y como primer gol, o primer presagio de que íbamos a ganar: Víctor enviado a acabar la teología en Innsbruck, ¡donde enseñaba el “hereje Karl Rahner”! Lo evoco porque, cuando todos esperábamos de Víctor un panegírico a lo Tito Livio, su balance de Innsbruck fue: “Bueno, en todas partes cuecen habas; pero aquí las habas son de otra categoría”. Este comentario creo que le retrata: estuve a su lado en momentos de éxito y aceptación, y en momentos de rechazo. Y siempre le encontré igualmente tranquilo, al menos por fuera. Ni el éxito le hacía creer que tenía alas, ni el fracaso le hacía creer que no tenía piernas.

Ya de profesores ambos, hicimos algunas vacaciones con Josep Vives, recorriendo parte de España en un 600 color azul (matrícula 810…) y con unas tiendas de campaña. Tres intelectuales en un 600 y hablando de hermenéutica era para una película de Buñuel que, por suerte, no estaba allí. Y cuento esto porque un día, en Garganta de la Olla (Extremadura), que nos habían recomendado mucho, entramos a ver la iglesia y estaban limpiándola dos buenas señoras. Hicimos ademán de salir, pero una de ellas se acercó y nos hizo entrar: señaló dos imágenes de Cristo bajadas de sus pedestales: un Nazareno de los de la túnica morada de Gabriel y Galán y un Jesús atado a la columna. Y dijo: “Miren, este es el Nazareno, y este el Amarrao”. Al regreso, Víctor y Josep se metían conmigo (profesor entonces de Cristología): estas buenas señoras entienden eso de “las dos naturalezas” de manera distinta a como tú lo explicas

El Espíritu “sopla desde abajo”

Dejo sus treinta años posteriores en Bolivia y paso a una palabra más teológica: uno de los grandes legados de Víctor es este gran aviso: el Espíritu Santo es el gran ausente de la teología (y de la piedad) occidental. Ello le acercó a la teología ortodoxa, aunque quizás acabó (como en Innsbruck) volviendo a ver que “en todas partes cuecen habas”. De ahí nació su segundo grito: el Espíritu “sopla desde abajo”.

Esas dos frases subrayadas son una parte decisiva de su legado.

Lea más: