Fui a Aparecida como representante de los sacerdotes argentinos, propuesto por el cardenal Bergoglio. Fue la ocasión para conocerlo de cerca, porque hasta ese momento habíamos tenido poco trato. En una conversación que tuve con él en los primeros días, advertí que le preocupaba sobre todo remontar un cierto clima de pesimismo y desinterés. (…)
Algunos cardenales europeos y varios miembros de la Curia romana sostenían que en América Latina no hay solidez doctrinal, no hay pensamiento, no hay maduración. Llegaron a decir que era imposible que un papa pudiera surgir de estos países. Esos mismos cardenales consideraban que había que “controlar” estas conferencias. Lo hacían desde una autoconciencia europea de matriz endogámica, imperial y excluyente. Ellos se consideraban quienes debían “iluminar” y orientar al resto.
Sabemos, en cambio, que Bergoglio propone el poliedro, donde la unidad universal mantiene las riquezas particulares y necesita de ellas; a diferencia de la esfera, donde esas particularidades desaparecen. Por eso, para él era un gran mal de la Iglesia que desde Europa no se valorara la riqueza de América Latina, su estilo y sus valores propios, y no se alentara su libre desarrollo.
Bergoglio supo dar nueva vida a la autoconciencia latinoamericana en Aparecida, y para ello creó un ambiente de intensa participación. (…)