Suena a música celestial que la Vida Religiosa se plantee seriamente la sinodalidad en su día a día. ¿Por qué? Porque vivir en comunidad no es siempre sinónimo y garantía de sinodalidad. Esto es algo que nos afecta a todos, sean cuales sean nuestras comunidades, sin embargo, la sinodalidad en la Vida Religiosa tiene, o debería tener un plus.
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Ese plus para mí –es algo que le pido– tiene que ver con la radicalidad evangélica de una vida entregada en razón del vínculo que existe entre esa forma de vida, la misión y la dimensión profética. La sinodalidad vivida en profunda actitud de escucha de aquello que el Espíritu suscita es un verdadero proceso o camino de conversión personal y comunitaria.
La diversidad de carismas en la Vida Religiosa, muchos de ellos ya confluyentes en metas similares y desafíos comunes hoy, es la muestra evidente de que la sinodalidad es, antes que nada, un proceso espiritual donde la voz del Espíritu ha ido hablando a lo largo de la historia y lo sigue haciendo. Ahora, ese soplo del Espíritu se amplía y es la Trinidad, modelo de comunidad dinámica, diferenciada en sus componentes, y conservando su unidad, la que habla. Y esa diversidad en la unidad es otra de mis peticiones a la Vida Religiosa hoy.
Porque cada vez más necesitamos recuperar las diferencias que no enfrentan, que no dividen, que no restan, y que resaltan los valores y virtudes que singularizan, que enriquecen, que dejan pasar la luz con diversidad de colores en un mundo cada vez más polarizado, excluyente y en blanco y negro.
La Vida Religiosa está en una situación privilegiada para poder mostrar cómo aplicando la sinodalidad muchas de sus estructuras, vigentes algunas desde el tiempo de los fundadores o mantenidas con pocos cambios, se romperían literalmente, expresando en la Iglesia un dinamismo de cambio que entraría en su tradicional comportamiento de ser avanzadilla de los grandes cambios eclesiales. Esto ha sido una constante que se ve a lo largo de la historia de la Iglesia.
Forma de vida personal y comunitaria
La sinodalidad es también una experiencia de encarnación y, ¿quién mejor que la Vida Religiosa, encarnada en las realidades más periféricas de la sociedad y de la propia Iglesia, para mostrar la riqueza de este proceso? Por eso también le pido transparencia en hacer realidad la sinodalidad en su vida cotidiana. Que no sea necesario esperar a acontecimientos extraordinarios porque lo más sorprendente de la vida acontece en lo ordinario.
Para terminar, le pediría incluir en los planes de formación de quienes se acercan por primera vez a discernir eso que intuyen, pero que todavía no ven muy claro, la sinodalidad como forma de vida personal y comunitaria ya que el proceso de conversión que implica no se puede separar. Y, por supuesto, dedicar algún tiempo de la formación permanente a recordar qué es, para qué sirve y cómo seguir viviendo y desarrollando la sinodalidad en comunidad.
Por favor, seguid siendo faro en y para la Iglesia.