Dice Jesús: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? (Mt 7, 3). Quizá lo que más causa curiosidad en la misiva enviada por el cardenal Carlo María Viganò al papa Francisco por respaldar los abusos sexuales cometidos durante cinco años, por el cardenal Theodore McCarrick es la amnesia y la “viga” que el exnuncio padece. Es sabido que su gestión adoleció de una serie de irregularidades y falta a sus deberes. Además, se suma esta arremetida contra el Papa, que es impulsada y financiada por los sectores más poderosos y conservadores católicos estadounidenses. Su objetivo es desacreditar y deslegitimar al Papa.
El exnuncio argumenta que el Papa estaba al tanto de los abusos, y simplemente, los encubrió. Su acusación ha causado mucho revuelo al pedirle la renuncia. Ante esta exigencia, la respuesta del Vaticano se limitó a un prudente silencio y la frase que pronunciara el papa Francisco en una de sus homilías ha servido como clave de reflexión, pero también como objeto de interpretación, por parte de la opinión pública, en respuesta a la carta. Al manifestar el Papa que, “con su silencio, Jesús gana a los perros salvajes, gana el diablo que sembró la mentira en el corazón”, ha querido confirmar lo conveniente que consideraba Jesús el actuar con hechos concretos más que con palabras. Su “silencio”, en muchas ocasiones, fue una forma de hacer frente a la polémica; o bien, cuando las palabras y los argumentos no eran lo suficientemente creíbles para convencer a un pueblo que ansiaba la liberación, pero aún seguía bajo el dominio del Imperio Romano; querían a un rey poderoso con su ejército y Jesús solo tenía las armas de la paz y la misericordia; anhelaban un líder victorioso y Jesús venía a dar su vida, para terminar en la cruz como cualquier delincuente.
El silencio de Jesús también fue una forma de “protesta” y de respuesta a situaciones que las sufrió, puesto que, ante la no comprensión y cerrazón de sus paisanos y en especial de las autoridades judías, no le quedaba otra opción que resignarse y esperar hasta que el tiempo pusiera en orden las cosas: ¿qué implicaba aceptar al Mesías y su persona? Solo por recordar algunos ejemplos, el propio Jesús apeló al “silencio” como respuesta de vida: El episodio en la sinagoga, una vez leído el pasaje del profeta Isaías, señala que “el espíritu del Señor está sobre mí”. Al decir esto, es echado de la sinagoga por tal blasfemia y quieren tirarlo al despeñadero, pero él sin decir nada, sale hidalgamente y se va. También, luego de ser condenado por Poncio Pilato, no dice una sola palabra más hasta el momento de su pasión y cruz.
Es decir, a Jesús, en un momento determinado de su vida pública, no le quedó más elección que retirarse y enmudecer. La buena prudencia lo conminó a dejar que los hechos terminarán por escribir su propia historia, porque si esperaba el reconocimiento en vida, como “Hijo de Dios”, jamás hubiera tenido por parte de las autoridades y sacerdotes del Templo, un reconocimiento como el Mesías esperado.
En este sentido, el caso Viganò pone en una disyuntiva al máximo líder de la Iglesia Católica, porque si contesta espontáneamente será tergiversado e interpelado por el sector más conservador que apoya al exnuncio. O será juzgado por su ímpetu y deseos de defenderse. El problema no es si uno u otro tiene razón, sino que una vez más, se tiende otro manto de confusión para la Iglesia y no se trata si al Papa se le debe cuestionar o no, porque hasta el propio Cristo lo vivió, por lo tanto, el Sumo pontífice no puede ser la excepción. No obstante, la opinión pública ha sido testigo de cómo el papa Francisco ha querido transparentar todos los casos de abusos, dejando que se investigue hasta las últimas consecuencias y ha sido enfático en decir “que todos los casos de abusos sexuales o de poder se denuncien” incluso ha incentivado a padres y familias a que no tengan miedo y acusen con entera libertad. Por eso, que se entienden las palabras de Gianfranco Ravasi cuando dice: “los ataques no le quitan el sueño al Papa”, porque sabe que él ha sido claro, directo y resoluto a la hora de terminar con la lacra de los abusos en todas sus manifestaciones.
Viganò y los que piensan como él solo prolongan la seguidilla de estelas de humos y de dudas que hay sobre la Iglesia. Son como los fariseos: “No entran en el reino de los cielos, pero tampoco quieren que otros entren”. Quieren poner la casa de Dios en orden a como dé lugar, poniendo en tela de juicio a quien la gobierna y la administra. No entienden que, como Iglesia, no podemos seguir en este caserío de brujas donde acusadores y acusados, perseguidores y perseguidos, abusadores y abusados han perdido una parte de sí y no habrá nada que les devuelva lo perdido. Para los que consideran el ataque como una mejor defensa, ¿no es tiempo de acabar con estas rencillas? Necesitamos reconstruir lo perdido y ni la mejor “defensa” ni el mejor “ataque” nos ayudará ─como Iglesia─ a recuperar lo que ya está perdido.