Tribuna

Violencia callada y sufrida en la parroquia

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La violencia de género no es cuestión de ideología, es real como la vida misma. Las muertes de mujeres víctimas del machismo son puntas de iceberg de una mentalidad y de una cultura que tienen que ser superadas y vencidas desde todos los frentes: familia, sociedad, escuelas y también la Iglesia, en todos sus niveles.



El sábado pasado, tras la eucaristía, una persona se acercó para ver cuándo la podía escuchar, pues lo necesitaba. Entramos en el despacho y comenzó a presentar su momento vital de desconcierto. Pedía a Dios que cambiara el corazón de su pareja, que le sanara; pensaba que tenía enfermedad del alma. Después, lo contextualizó en su historia personal vivida a lo largo de sus años, de su medio siglo, tras haber convivido con más de una pareja, y en todas había sufrido.

Sentimiento de culpabilidad

Sentía que la culpable podía ser ella porque se repetía el patrón. Según la iba escuchando, el interrogante en mi interior se hacía cada vez más grande sobre qué estamos haciendo eclesialmente por estas situaciones tan graves y tan sufridas por muchas mujeres. Muchas de ellas son piadosas y religiosas. Entienden la religión como bálsamo para sus sufrimientos, pero pidiendo encima perdón y sintiéndose culpables, y entendiendo que tienen que sufrir para salvar a los que están enfermos y les infligen dolor.

Mujer Triste

Ni que decir tiene que, una vez más, me reafirmé en la necesidad de una formación cristiana que sepa poner las claves de discernimiento en su lugar justo: en la dignidad de la persona como principio de todo y en la defensa frente a toda violencia, sea del género que sea, así como la apuesta firme por una lucha personal para defender la propia persona y no aceptar ni el más mínimo gesto de violencia, y saber que esto es lo que quiere Dios por encima de todo.

Postura evangélica

En la siguiente reunión de catequistas, nos paramos en esta dimensión de la formación y la iniciación cristiana. Los niños, desde la más tierna infancia, han de ser educados en esa clave bíblica y humana de la igualdad de género y en la obligación del respeto mutuo y el cuidado integral. Todo en la tríada de libertad, responsabilidad y culpa. Por Dios, que nunca quede en duda la postura evangélica de la Iglesia ante la mujer.

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