Los últimos tiempos se han visto impregnados de múltiples denuncias realizadas por mujeres en razón del ejercicio de poder en manos de varones traducidos en diversas expresiones de violencia. El término violencia en sentido amplio indica un modo de proceder que ofende y perjudica a alguien mediante el uso de fuerza y poder. “La violencia contra las mujeres implica describir una multiplicidad de actos, hechos y omisiones que las dañan y perjudican en los diversos aspectos de sus vidas y que constituyen una de las violaciones a sus derechos humanos” (Velázquez, 2003). Ciertamente incluye el uso de fuerza física, pero hay otras formas que se ejercen, siendo sus efectos tan devastadores como la física.
Estas formas se han tipificado del siguiente modo: violencia doméstica como aquella ejercida en el ámbito del hogar; institucional que comprende acciones u omisiones que impidan el pleno ejercicio de los derechos de las mujeres; sexual que se ejerce en cualquier acto sexual o intento de obtenerlo de modo coercitivo; psicológica definida como acción u omisión destinada a degradar o controlar las acciones y comportamientos de las mujeres por medio de la intimidación, manipulación y/o amenaza; mediática que postula a las mujeres en un lugar de obediencia a ciertos mandatos sociales (maternidad, belleza, candor, emoción); laboral donde se ponen en juego relaciones de poder; obstétrica que supone la vulneración al derecho a elegir las condiciones bajo las cuales una mujer desea parir; la violencia física y los femicidios. El Informe de Investigación de Femicidios en Argentina desde el 2008 a 2017 revela la escalofriante cifra de 2.847 femicidios.
Todas estas actitudes parten de un eje común que las sustenta: la violencia simbólica contra las mujeres. ¿En qué consiste? Entendemos por violencia simbólica contra las mujeres a todos aquellos actos y omisiones que naturalizan las desigualdades de género legitimándolas en el mismo acto. La violencia simbólica conforma una dimensión inherente y necesaria a toda forma de relación de poder, y tiene una profunda incidencia social que opera en formas de relaciones interpersonales e institucionales que legitiman tratos desiguales en perjuicio de las mujeres.
La noción de género
Descifrar este fenómeno requiere acudir a la categoría género porque su génesis se encuentra en la diferencia social y subjetiva entre los sexos. Son los estudios de género los que han logrado individualizar estos tipos y relacionarlos con antiguas estructuras culturales, religiosas y sociales, los cuales han otorgado determinado estatus a varones en detrimento de las mujeres. Es cierto que la noción de género despierta sospechas en algunos sectores sociales y religiosos por atribuírsele la pretensión de destruir la familia tradicional, y por abrir las fronteras más allá de una ética sexual heteronormativa. Estos sectores prefieren calificar tales estudios como “ideología de género” a modo reprobatorio. Sin embargo tenemos que decir que la propuesta de los estudios de género tiene como objetivo realizar una mirada crítica a las relaciones de poder entre los sexos y sus efectos de exclusión, marginación, subordinación, como también dilucidar el impacto en el orden material y simbólico que producen.
Puede decirse también que género comprende el conjunto de propiedades y funciones que una sociedad atribuye a los individuos en virtud del sexo al que pertenecen, constituyendo un principio organizador por el que se espera que las personas conformen sus vidas. No hay duda en cuanto a la diferencia sexual biológica, lo que se cuestiona es la significación y valoración el modo en que se la interpreta. Vale aclarar también, que cualquier ideología como tal, se estructura como verdad absoluta y no admite otras posiciones. Por el contrario, los estudios de género permanecen en actitud dialogante y siempre abierta.
Tales estudios han puesto en evidencia que las figuras modélicas mujer-femenina y hombre-viril han sido fijadas y naturalizadas so pena de señalar y/o excluir a quienes no asuman tales roles. El capital simbólico atribuido a las mujeres espera de ellas sentimientos y actitudes que se ajusten a los modelos de buena esposa, ama de casa, madre abnegada, sumisa y reducida al espacio doméstico. La realidad nos muestra que no siempre estas figuras plenifican a todas las mujeres, y por lo general se expresan en formas de opresión e inequidad.
Creados a imagen y semejanza de Dios, varones y mujeres compartimos una misma naturaleza y un mismo origen que nos posiciona en igualdad de derechos y obligaciones. La comunidad cristiana, varones y mujeres, atentos a las expresiones que se derivan del carácter deshumanizante de la violencia simbólica, tenemos hoy la responsabilidad de trabajar para transformar las antiguas estructuras culturales, religiosas y sociales. Como cristianos comprometidos estamos llamados a visualizar, discernir y transformar las múltiples situaciones de violencia contra las mujeres, tanto las más evidentes como las más solapadas. Superar cualquier tipo de modelo reductivo constituye la urgencia de asumir el desafío ético de dar voz a las mujeres para atender sus reclamos aún a expensas de poner en jaque el poder que detentan algunos varones. Entablar relaciones en caminos de justicia en igualdad de reconocimiento y de derechos entre varones y mujeres serán parte de la buena nueva de la salvación otorgada por Dios en Cristo Jesús.