Tribuna

Viqui Molins, nuestra tienda de campaña

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El pasado día 19 de febrero moría en su comunidad del barrio de Gracia la religiosa teresiana Viqui Molins. Su muerte nos sorprendió a todos menos a ella, que se venía preparando, especialmente después de pasar un mes ingresada en la UCI. Así nos decía que se sentía cogida de la mano por Jesús de Nazaret.



Nacida hace 88 años, justo con el inicio de la Guerra Civil. Su familia –en especial su padre, estudiante con los jesuitas– le marcó en una confianza natural que ella vivía agradecida por haber nacido en un hogar cálido, y que añoraba no haber tenido tantos invisibles a los que acompañar. Sensible y rebelde, los años de formación como religiosa le costaron muchas renuncias, pero de ellos le quedó su fijación por Teresa de Jesús y un seguimiento apasionado de Jesús.

Sus primeros años los pasó como profesora de literatura y filosofía en colegios de la Compañía de Santa Teresa. En ellos aprendió a sintonizar, casi al instante, con niños y jóvenes, que eran su público preferido.

Viqui Molins

Tras un viaje por América Latina, más intenso en Nicaragua, su vocación dio un giro copernicano. Allí decidió dedicarse a los más pobres, a los últimos de la fila, a los hermanos más pequeños de Jesús. Inusualmente, la congregación asumió su locura, y un grupo de religiosas pasaron a vivir en el barrio barcelonés del Raval. En tiempo de una gran pobreza, con la epidemia del sida matando jóvenes, y con tantas y tantos excluidos de la dignidad de ser hijos de Dios.

El Raval, su hogar

El Raval, con sus gentes de todas las razas y religiones, le configuró: la escuela Cintra, la fundación Benallar, la parroquia del Carmen y, sobre todo, las calles se convirtieron en su casa. Hogar que semanalmente se trasladaba a las prisiones, donde elegía acompañar a los más jóvenes y olvidados. Allí nació en ella esa capacidad de tener hijos y nietos que no eran de sangre y no tenían papeles, pero que adoptaba con la facilidad que ellos la adoptaban como madre y abuela. Así nació la complicidad de sus abrazos, con los que abarcaba como tienda de campaña a todos “los nuestros” como solía decir. El abrazo, recordaba, es el que une corazón con corazón.

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