El Evangelio nos recuerda constantemente la necesidad de amar al prójimo y por medio de ese amor buscar los caminos más transparentes para alcanzar la perfección del Padre. Si esto no fuera posible no nos lo pediría y no sería brindado como posibilidad para todo hombre sin condición alguna.
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El amor es un misterio que envuelve al hombre y a la vez el hombre es un misterio que envuelve al amor. El hombre es, entonces, un misterio, pero que puede ceder a su comprensión por medio de la luz de otro misterio mayor que él.
El misterio que envuelve al amor, fuente y origen de todo lo visible y lo invisible. Ese amor luminoso vino al mundo, pero los hombres dieron la espalda a ese amor y se lanzaron en brazos de las tinieblas (Jn 3,19).
Romper con eso es posible si nos abrimos a la lógica de ese amor que nos abre las compuertas de la perfección y nos desnuda frente a la persona que queda desnuda frente a nosotros. La perfección nos comienza a tomar de la mano cuando el otro, ese ser del que la modernidad nos enseñó a sospechar, se transforme en uno con nosotros, se transforma en prójimo.
Buscar al prójimo
El concepto de prójimo tiene un significado fundamental en todo actuar y existir junto con otros, pues brinda otra luz referencial a las relaciones humanas. La relación entre una persona humana con las otras es punto esencial y central de referencia para disipar los enmarañados y profundos problemas sociales que pone frente a nosotros la existencia.
La posibilidad de actuar junto-con-otros define en todo momento nuestro modo de ser propio de nuestra persona en acción, es decir, nos muestra no sólo el actuar puro, sino que la persona vive o existe junto con otros.
Por estas razones, la visión educativa cristiana tiene como elementos que acaricia con dulzura las ideas del amor y del hombre como propulsores para constituirnos en prójimos en la que se cultiva a un tiempo la verdad y la caridad.
Las instituciones católicas venezolanas, con una larga y exitosa trayectoria en el país, a pesar del maltrato que han recibido desde todo punto de vista en los últimos años, no han sido debidamente consultadas, no han sido tomadas en serio siendo al final aplastadas por el aluvión político partidista que lo reduce todo a la mínima expresión de lo ideológico.
A pesar de ello, las instituciones católicas de todos los niveles están aquí y ahora, como siempre han estado y estarán, como afirma la ‘Gravissimum educationis’ (1965), para dar testimonio de la esperanza y promover la elevación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad.
La educación es más que la educación
Por tal razón, la educación no debe reducirse a la mera capacitación o formación técnico-profesional, mucho menos al capricho circunstancial de lo ideológico o a la coyuntura política.
“La educación consiste en que el hombre llegue a ser cada vez más hombre, que pueda ser más y no solo que pueda tener más, y que, en consecuencia, a través de todo lo que tiene, todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre” dirá Juan Pablo II ante la UNESCO en 1980.
Tanto en ‘Laudato si” como en ‘Fratelli Tutti’, el Papa Francisco resalta la importancia fundamental que tiene la Educación en un cambio antropológico que nos permita recobrar nuestra condición y vocación de prójimo. Aspecto clave para la transformación de este mundo consumista y confundido en una verdadera civilización del amor. Paz y Bien