Mi mujer y amor de mi vida, Isabel, murió a los 56 años, el 8 de noviembre de 2021, tras 14 meses de valiente lucha contra el cáncer. Su manera de enfrentar la enfermedad y la muerte fue mi mejor lección de vida y el comienzo de mi crecimiento en la fe.
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Diez años antes, me había regalado una Biblia, pues yo, católico bautizado, pero no practicante, admiraba al Jesús de Nazaret histórico, pero no al hijo de Dios. Abrí la Biblia, leí cuatro páginas del Génesis, no entendí nada y la dejé durmiendo en sueño de los justos.
Acercamiento a la Palabra
Cuando ella enfermó, volví al libro sagrado y, entonces, no solo entendía el mensaje, sino que me hablaba. Ese texto respondía mis inquietudes y preguntas. Era increíble, pero así era. El 3 de diciembre de 2021, el día del cumpleaños de Isabel, y apenas tres semanas después de su muerte, acababa la primera lectura completa de la Palabra.
Después, descubrí la Eucaristía y la conciencia de que, si mi mujer estaba con Jesús de Nazaret, yo podía encontrarme con ambos en cada comunión. Es más, que, a través del sacrifico del altar, yo podía interceder por ella. Y empecé a comulgar a diario.
Bien es cierto que a la par yo estaba en pugna con Dios Padre. Hago mías las palabras de Lewis: “No es que yo corra demasiado peligro de dejar de creer en Dios. El verdadero peligro está en empezar a pensar tan horriblemente mal de Él. La conclusión a que temo llegar no es la de: ‘Así que no hay Dios, a fin de cuentas’, sino la de: ‘De manera que así es como era Dios en realidad. No te sigas engañando’. Pero Dios, el padre del hijo pródigo, me llamó a capítulo, me confesé y le pedí perdón. Me abrazó y la Paz se hizo en mi corazón. El círculo se iba cerrando.
Acercamiento a la resurrección
Unos meses antes, estando ingresada mi mujer, encontré una conferencia sobre la resurrección de Cristo. Nunca me había planteado qué había sucedido en Jerusalén cuando encontraron el sepulcro vacío. Lo estudié a fondo desde distintas perspectivas y, para mi sorpresa, mi razón, que no mi fe, llegó a la conclusión de que Cristo había resucitado de entre los muertos. Solo eso explicaba de forma sencilla lo que había ocurrido aquel domingo. Solo me quedaba decir como Tomás: “Señor mío y Dios mío”.
Después, aparecieron en mi vida los ‘Ejercicios Espirituales’ de Ignacio de Loyola, la Síndone de Turín y mi deseo de viajar a Jerusalén. Estudio, reflexión, mis primeros ejercicios espirituales y un viaje relámpago a Salamanca a encontrarme con ‘The Mystery Man, el hombre de la Sabana Santa’. Allí, un beso furtivo a un amigo y una promesa: esta vez no te me escapas, no pararé hasta encontrarte, nos vemos en Jerusalén. Ah, y recuerda: me debes un beso.
Amor a primera vista
Entonces me encontré con el Grupo Resurrección en la parroquia donde me había casado con Isabel. Llevaba meses estudiando la resurrección de Cristo y fue amor a primera vista. En el grupo he encontrado una nueva familia, unas personas maravillosas que ya forman parte de mi vida y he descubierto la acción de Jesús en todos y cada uno de nosotros. Como la semilla va creciendo, la herida va sanando, la luz se abre paso en las tinieblas y, como el corazón, no pertenece a quien lo rompe, sino a quien lo sana. Y lo más importante: descubrí que no hay mejor manera de ayudarte que ayudando a los demás.