Por JOSETXO GARCÍA, sacerdote de la Asociación Adsis │ Durante la última semana de abril hicimos unos 230 kilómetros y nos trasladamos a Pedernales, Manabí, un grupo de 14 laicos y cuatro sacerdotes de diversas comunidades de Quito. El objetivo era acercar comida y agua a la parroquia de allí, que abastecerían a las familias damnificadas por el terremoto del 16 de abril. Al llegar, desde la misma entrada a la ciudad, se tiene la impresión de estar en una zona de guerra, por la imagen de destrucción que se ve por todas partes; llegando más al centro de la misma, cerca de la plaza y la parroquia, el desastre es todavía mayor.
Son muchas las imágenes que se han transmitido en los medios de comunicación sobre esta realidad, pero no hay forma de captar a través de ellas:
- El ruido ensordecedor de las máquinas removiendo escombros de los edificios derruidos.
- El polvo suspendido en el aire que reseca las gargantas.
- El mal olor por la descomposición de cadáveres que te sorprenden por todos lados.
- El horror, el terror, la absoluta impotencia, la incredulidad, la sensación de estar pasando una pesadilla de la que no se consigue despertar.
En esos pocos días, nos acercamos a los distintos barrios de la ciudad sin otra pretensión que llevarles la solidaridad y la compasión de todo el país, apoyando y dando una mano en las tareas de limpieza y remoción de escombros de las casas, ayudando a limpiar una capilla; acercándonos a las casas a saludar y escuchar sus historias y relatos de lo vivido, jugar y cantar con los niños de un albergue de familias, celebrar la Eucaristía recordando y agradeciendo la vida de los familiares difuntos.
Nos hemos encontrado a personas que no consiguen salir del impacto del terremoto. Casi inexpresivas y con una actitud de “ante todo esto, no se puede hacer nada; de esta no salimos”.
Luz de confianza
Sin embargo, frente a esta realidad vimos signos de esperanza:
- La radio que, a pesar de que se hundió el edificio, sigue emitiendo las 24 horas.
- Muchas personas están regresando a la ciudad después de haber buscado refugio en casas de amigos o familiares.
- Se ven por la calle, no dentro de los edificios, algunos puestos de venta de carne, de pollos, de verduras y frutas, de comida.
- Hay muchos funcionarios de diversos organismos del Estado trabajando, especialmente militares.
- Ya están funcionando cuatro albergues para familias y se reparte ropa, comida y agua para las que están acampandos en la ruta o fuera de las casas, en toldos de plástico.
- En la parroquia hay cuatro lugares de acopio y reparto de comida y agua; las tres religiosas que estaban en su casa, pegadita a la parroquia, se encuentran en los salones de la catequesis, duermen en una carpa del Ejército y allá reciben las donaciones y acompañan a las familias que van a pedir ayuda.
- En ese lugar de la catequesis y sin techo, el párroco Denny Monserrate comenzó a celebrar la Eucaristía diaria. Allí se acercan los feligreses para dar gracias por la vida de sus personas fallecidas y acompañarse unos a otros.
- La solidaridad que permanece en todo el país; también llegan donaciones de otros lugares del mundo.
También quiero compartir algunas palabras escuchadas en estos días que guardo en el corazón como la Buena Noticia:
La señora de la casa en la que pudimos quedarnos esos días: “Toda mi familia está bien, mi casa resistió el terremoto. ¿Cómo no voy a estar dando gracias a Dios y a compartir todo lo que haga falta con quienes lo necesitan?
Javier: “Lo mejor de mi vida, además de lo que me dieron mis padres, lo recibí en Pedernales: el amor de mi vida, Cecilia (falleció en el terremoto); mis dos hijos de 10 y 14 años; construir nuestra casa; mi trabajo. Le doy gracias a Dios por todo ello y voy a tratar de devolver a Pedernales todo lo que pueda como agradecimiento”. Un vecino y amigo de Javier: “En el momento del terremoto ya no podíamos salir, entonces mi esposa, mis hijos y yo, abrazados y muy juntos, nos reunimos delante de una imagen de María. Yo solo le pedí, y repetía, que nos salvara. Paró el terremoto, nos invadió el polvo, salimos a la calle y estábamos vivos. Al rato escucho unos gritos pidiendo ayuda, era un vecino. Llamo a unos cuantos amigos y juntos pudimos sacar primero a su bebito de pocos meses que lo tenía él en brazos y después al papa que tenía una pierna rota. María nos salvó la vida.”
Todas estas, y muchísimas más, son historias de muerte y de resurrección, de infinito dolor crucificado y de vida nueva con el Resucitado que vence la oscuridad, la noche y la impotencia con su presencia que reúne, conforta y serena.
Tendremos que seguir acercándonos a estos protagonistas para escucharlos, para implicarnos y acompañarlos en su caminar, para reconocer que Jesús está vivo, camina con nosotros y nos dice:“Yo estoy con ustedes todos los días…” (Mt 28, 20).