Desde siempre me sentí muy a gusto con mi femineidad y solía repetir que si naciera de nuevo querría ser mujer. También desde pequeña me gustó jugar al fútbol y lo hacía aún sola pateando penales en arcos imaginarios. Un día le dije a mi padre ¡solo quisiera ser varón para ser jugador de fútbol! Y él mirándome me dijo ¿y que te impide ser mujer para hacerlo?
Esa respuesta fue cobrando fuerza en mí y no solo para el fútbol, sino para comprender los paradigmas asignados a mujeres y varones y valorar los pasos que por buenos deseos se dan para ir más allá de ellos. Pienso que la discusión debiera abandonar el hacer para pasar al ser de una mujer o un varón y cambiar rivalidad por complemento; ambos paradigmas nos atan y nos confunden.
Como mujer y por estos días, acudí a algunas voces que me ayudan a definir el ser mujer. En una época masculinizada, José Hernández en el Martín Fierro afirma “tal vez su valor rebajo aunque la estimo bastante”; el historiador Félix Luna se preguntaba: ¿cómo se hace una historia en que las mujeres estén presentes? Ernesto Sábato expresa que “es en la mujer en quien se halla el deseo de proteger la vida”, y Malala Yousafsaid, joven musulmana Premio Nobel de la Paz, invita “a cada mujer a lograr el gran objetivo de la paz”.
Existe así una vocación del ser mujer que consiste en darle vida a la humanidad, en dinamizar la sociedad desde miradas intuitivas con el acento en lo frágil, en lo que no se quiere ver y todo matizado de gran fortaleza.
No puedo dejar de nombrar a Catalina de María Rodríguez, mi fundadora, una apasionada cordobesa del siglo XIX que se animó a ir más allá de ella misma y de lo pautado y movida por la compasión, le dio protagonismo a las mujeres silenciadas de su época. Su hacer se motivó en lograr para ellas un ser más digno e integrado. Me apena cuando por desarrollar nuestro ser atentamos la dignidad de los demás, la convivencia social y hacemos de la agresividad un modo de expresión. Me alegra cuando caminamos aún con heridas, buscando contemplativamente lo que al mundo lo hace más humano.
El deseo del que puse como ejemplo el fútbol me invita a soñar con nuevos pasos en la sociedad y en la Iglesia. Algunos con un poco de pereza, se van dando.