Aunque era menor de edad, Sansón (significativo que este sea su nombre) tuvo que cargar sobre sus hombros con la inmensa responsabilidad de sacar adelante a su familia. Sin horizontes en su Ghana natal, siguió las voces que le decían que “era fácil” y, en 2009, con solo 17 años, se embarcó en la aventura de tratar de llegar hasta España para encontrar un trabajo. Solo.
Lo que le aconteció en los siguientes meses es algo que, según lo cuenta a Vida Nueva, no deja de estremecerle: “Atravesé hasta cinco países, lo que implica pasar por todo tipo de policías corruptas en las fronteras que te hacen pagar sobornos aunque no tienes casi nada. La mayor parte del camino la hice andando, sin apenas descanso, sin comida, sin dinero, sin esperanza. En las zonas en las que no se podía ir a pie, tuve que hacerlo en un coche…, pero escondido en el maletero”.
Perdiendo toda la esperanza
El trayecto fue “horrible”, pero al fin intuyó algo de luz cuando, en Mauritania, pudo ser uno de los que entraran una patera que tenía por destino Tenerife. Como todos, tuvo que dar el poco dinero que le quedaba a la mafia que organizaba el viaje. Eran 65, “pero uno no llegó, pues murió en el camino, agotado. Fueron cinco días y cinco noches durísimas. El primer día iba con ilusión, pues pensaba que llegaría a España y aquí mi vida sería fácil. Pero pronto todos nos desanimamos. No teníamos agua ni nada para comer. No veíamos tierra y todos perdimos la esperanza, preparados ya para morir. En esos momentos, hasta los que no tenían fe buscaban consuelo en ella. Yo soy católico y esos días no paré de rezar”.
Estallaron de alegría cuando divisaron la costa tinerfeña y fueron rescatados por unidades policiales. Tras tres días internos en los que todos ellos fueron interrogados, Sansón negó que fuera menor de edad (nadie le hizo una prueba para comprobarlo) y, aunque la legislación española rechaza tajantemente este tratamiento para menores de edad, ingresó en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la localidad canaria, donde pasó 40 días. Desde ahí fue trasladado a Madrid, al CIE de Aluche. Después de un tiempo breve allí, mientras gestionaba su petición de asilo, empezó un largo periplo por nuestro país en el que se topó de bruces con la realidad, que era “todo menos fácil”.
“Fueron muchos meses –narra– de vagar por todos los sitios sin sentir que le importara a nadie. Estaba solo, sin ningún conocido. En Madrid estuve en un hostal y en un centro de Cruz Roja. De ahí me fui a Barcelona, pero tampoco me acogió nadie. Luego pasé por Lorca, en Murcia, para trabajar recogiendo fruta. Estuve varios meses allí, pero sin contrato y trabajando casi todo el día. Tras otro intento en el País Vasco, acabé regresando a Madrid”.
Entrada en la asociación Murialdo
Desesperado, al fin decidió presentarse en Servicios Sociales reconociendo que era menor. Ingresó en los centros de menores de Manzanares y Hortaleza. Tutelado por ellos, su destino giró al fin hacia la esperanza cuando fue derivado a la Asociación Murialdo, obra social aconfesional inspirada en el espíritu de san Leonardo de Murialdo (cuya vocación se encarnó en los más jóvenes) y con una buena relación con la congregación de los Josefinos de Murialdo, de la que tiene su origen, aunque desde 2002 figure como entidad cívica y no confesional. De hecho, es en la sede de la asociación en Getafe dondese produce este encuentro con Vida Nueva.
Su director, Óscar Olmos, recuerda cómo en aquel momento se pudieron volcar con Sansón y, además de apoyarle en su proceso de regularización y de prestarle acompañamiento y ayuda en su centro de Getafe, le ofrecieron participar en varios de sus programas de formación. Gracias a ellos, Sansón pudo estudiar en un curso de climatización y aprobar el Grado Medio y el Grado Superior. Apadrinado también por Francisco Rico Pérez, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, pudo sacarse un grado en Animación en 3D, recibiendo una beca con la que al fin podía ayudar a su familia en su país. (…)